Mira.
Cuando era joven, adolescente, inexperta y tenía la piel tersa… caí enferma por un resfriado común y no asistí al colegio. En aquella época, había poca variedad televisiva y aunque nunca fui persona de pasar mucho tiempo “pasiva” frente a nada, ese día mi estado anímico me pedía una película bonita, ñoña, apasionada y emocionante.
Ni corta ni perezosa, me planté en el videoclub de mi barrio con todo mi resfriado (en aquel entonces podías toser y estornudar por la calle sin que te mirasen como a un bicho raro).
Por cierto, ¿te has sentido alguna vez un bicho raro? yo sí.
Bueno, que me desvío. Que me fui al videoclub del barrio y me recorrí las dos pequeñas calles de películas para conseguir elegir una.
Qué desasosiego.
No podía.
Me costaba mucho trabajo decidir.
Había muchas opciones.
De repente, me encontré en una esquina un maravilloso cartel que anunciaba: “Llévate gratis un paquete de magdalenas por el alquiler de …..”.
No me acuerdo de la película. Me acuerdo de las magdalenas. Siempre me ha gustado el dulce más que cualquier otra cosa comestible del mundo, así que, en ese momento, modifiqué mi objetivo y tomé una decisión.
Quería ESA película, porque quería ESAS magdalenas gratuitas.
Pues nada, me llevé la película y las magdalenas. La película no me gustó, se me ha olvidado cuál era, el argumento y los protagonistas. Las magdalenas no estaban mal, pero mi madre compraba todas las semanas merienda suficiente para mí y mis tres hermanas/o, así que, no las necesitaba, había cosas mejores en mi casa.
¿Y por qué te cuento esta historia absurda? Pues porque tiene una MORALEJA:
No hagas la pardilla como yo hice y te dejes llevar por tentaciones y reclamos de última hora. Recuerda el motivo que te ha llevado a donde estás y hacia dónde te quieres dirigir, y visualiza cómo estarás cuando hayas transitado ese camino.
Si quieres, yo te ayudo.
Palabra de “pardilla”.
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¿Qué me dices? ¿Me acompañas?