A veces en consulta me cuentan anécdotas que traen a mi memoria recuerdos de mi propia historia.
Te diría que sucede casi siempre, porque es habitual que las personas a las que atiendo, neurodivergentes en un porcentaje elevadísimo, hayan experimentado sensaciones muy similares entre ellas, y en común con las mías.
Es lo que tiene ser distinta y habitar el mundo de la forma en que lo hacemos.
La última que me contaron está contextualizada en una reunión familiar y de amistades relativamente cercanas.
Las protagonistas del relato son mi clienta/paciente/consultante (como le queramos llamar) y una persona amiga de la familia.
Resumen de la escena, adaptado y modificado con ayuda de mi creatividad:
Me encuentro con ella, me pregunta cómo estoy, qué hago, a qué me dedico ahora. Cómo es que cambio tanto de trabajo con la de años que hace que terminé de estudiar.
Me pone de ejemplo a sus hijos. Que se casaron, que tiene trabajos fijos, que tienen “familia”.
“¿Y no te animas con los niños?… algún día te vas a arrepentir… pero bueno, a lo mejor es que no tienes instinto maternal…”
Conforme va «vomitando» toda la suerte de consejos, supuestamente bienintencionados, y ciertamente errados, va dirigiendo la mirada hacia la figura corporal de su interlocutora, o sea, la mía, haciendo chequeo y comprobando si me mantengo «en la línea» o ha de recordarme (también con buena intención, claro está), que he engordado.
Como si yo no tuviera espejo.
Mientras todo esto sucede, ella va haciendo – mental y verbalmente – una comparativa con el resto de personas normativas de mi edad que sí que han cumplido los cánones, que no van a contracorriente.
Y por supuesto, yo salgo perdiendo por goleada.
Yo soy una perdedora.
Qué tremenda agresión camuflada de buenas intenciones…
Qué rechazo a lo no normativo…
Qué sinrazón…
A situaciones como esta nos enfrentamos muchas veces en la vida las personas neurodivergentes y, si me apuras, las mujeres neurodivergentes.
Cómo gestionar y regular las emociones que se generan y cómo sobrevivir en un mundo diseñado para la mayoría neurotípica, es harina de otro costal.
Sobre todo, cuando ni siquiera sabes que eres neurodivergente.
No podemos con todo, pero la buena noticia, es que con esto, sí.
Abrazos,
María