Jueves.
9 de mayo de 1990.
Gran Teatro de Córdoba.
Casi media noche.
Llegó el día.
Llegó la hora.
Camerino, maquillaje, peluquería.
Gente que viene y va.
Carreras entre rezos y plegarias.
Nervios, de los que te agarran el pecho.
De los que te aprietan el estómago.
De los que te encogen el alma.
Fuerte.
Boca de hiel.
Mirada perdida.
Desconcierto.
La pasión se ha transformado en exceso.
La ilusión se vuelve inmanejable.
Aviso: “cinco minutos”.
Últimos retoques.
Paseo por la memoria.
“No me acuerdo de la letra”.
“Las cuerdas vocales no reaccionan”.
“No puedo”.
“No puedo salir”.
“Esta es la última vez. No paso por esto más”.
”¿Y si digo que no?”
“Que estoy indispuesta”.
“Que estoy enferma”.
“Que me viene grande”.
“Porque esa es mi verdad: Esto me viene grande”.
Si la ansiedad fuera objeto,
se haría tangible en forma de fuego
y escaparía por mi boca como un dragón enfurecido.
Como un ratón acobardado.
3, 2, 1…
Entre bambalinas lo oigo:
“Y con todos ustedes,
la niña que responde al nombre de…”
Algo me empuja,
se abre el telón
camino con garbo.
Como si nada de todo lo que he vivido
hubiera sido realidad.
Como si nada de lo que he sentido,
hubiera sido verdad.
Camino al ritmo de la música,
miro al público en sus butacas,
me enfoco en sus ojos,
en sus miradas expectantes.
Observo algunas sonrisas.
La tranquilidad me inunda.
Me armo, me compongo.
De mi lado, el duende.
Desde esta posición todo parece distinto;
Yo parezco distinta.
Me crezco,
agarro el micrófono
y las primeras notas se escapan de mi garganta.
Para esto el camino,
para esto el sacrificio, el sufrimiento, la preparación.
Hoy se hace realidad un sueño
y estoy lista.
“¡Que comience el espectáculo!”.
En estas líneas he tratado de reflejar, lo más fielmente posible, (tanto como mi memoria me ha permitido), lo que experimenté la primera vez que me subí a un escenario.
Durante muchos años compaginé los estudios con mi “vida artística”. El tiempo que duró viví muchas situaciones satisfactorias y forjé muchas amistades. Conocí a personalidades relevantes de ese mundillo, me hice infinidad de fotografías (mi madre debe atesorarlas por ahí), participé en algún concurso (no muchos, confieso que la competición nunca ha sido lo mío) y aparecí en varios programas de TV autonómica.
De otro lado, también padecí ansiedad, algo de miedo escénico y varios sinsabores. Porque enfrentarse a la evaluación continua y constante, a la propia hiper-exigencia, ya te lo adelanto, no es tarea fácil.
Para una servidora, no lo fue.
Entre otras cosas, me ayudó mucho la psicoterapia. Durante el proceso fui entendiendo(me), aceptando(me), integrando… creando mi propia cajita de herramientas.
Ya han pasado muchos años, y ahora estoy del otro lado.
P.D.1: Los libros (de autoayuda o no) son una excelente forma de culturizarse, de recrearse, de aprender, de disfrutar y de crecer. Lee siempre que puedas (y quieras) y, a continuación, sal a la vida.
P.D.2: Podría contar los motivos por los que dejé la vida artística, pero eso daría para otra historia y para otro día.
Bonus de curiosidad extra: Regodea tus sentidos en el Gran Teatro de Córdoba: https://teatrocordoba.es/recintos/gran-teatro/
Un abrazo,
María, de Psicosensibles