Esta es parte de la portada de un periódico de tirada nacional española del día 31 de enero de hace 28 años.
El 31 de enero del año 1994 también fue, casualmente, lunes, y se ha quedado grabado en mi recuerdo como una fecha que marcó un punto de inflexión. Ese día yo tenía clase de educación física en horario de tarde. Sinceramente, la aborrecía, pero en esa ocasión mi ansiedad y mis ganas por culminar la jornada escolar iban más allá de lo que, de manera habitual, me producía esa asignatura.
Llevaba unos meses experimentando malestar emocional, sufrimiento psicológico, algo que, por aquel entonces, yo no sabía de lo que se trataba. Mi dolor había ido aumentando día tras día, semana tras semana, mes tras mes, y se había posicionado de tal manera, que no me dejaba llevar una vida normalizada, como cualquier otra niña de mi edad (tenía 11 años).
Mi cabeza no paraba de pensar, de rumiar, de dar mil y una vueltas a todo lo que podía hacer para evitar los infinitos males que el destino tenía preparado si yo no cumplía con ciertas órdenes que me llegaban a la mente. Las atenuaba a través de supersticiones que yo misma inventaba, que me servían para alejar un mal que me tenía aterrorizada y que me hacía llorar cada día y vivir con unos niveles de ansiedad brutales. No podía concentrarme, no podía estudiar, no podía vestirme, ni ducharme, ni acostarme sin ayuda… no puedo explicar en unas pocas líneas el sufrimiento tan enorme que sentí en aquel tiempo.
Bien, ese día tuve mi primera sesión con una psicóloga, y con el transcurrir de los meses, entendí que, más allá de todos aquellos terrores por los que mi cabeza vagaba y que no me dejaban dormir, ni respirar, lo que me estaba sucediendo no era nada sobrenatural.
Era algo con nombre y apellidos: se trataba de un Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC) y tenía solución.
La tranquilidad de saber que formas parte la “normalidad”, que no has sido elegida por ningún “ente maligno” para cumplir con sus designios y que, llevando a cabo las pautas de una profesional experta en conducta humana, puedes mejorar y llevar una vida completamente normal, es un tesoro que no tiene precio.
De verdad, repito,
NO TIENE PRECIO.
Por eso, meses después de superar aquel infierno, supe con total seguridad que mi futuro estaría en aquello que me había salvado la vida: la Psicología y, llegado el momento, me marché a Granada a estudiar la carrera.
Han transcurrido ya casi 17 años desde que terminé la Licenciatura y no puedo estar más satisfecha de la decisión que aquel día tomé.
También de haber fomentado unas de mis fortalezas más importantes y que más valoro: la constancia y el trabajo duro.
Y hoy quiero hacer un llamamiento por la importancia de la prevención en Salud Mental, porque estamos muy acostumbrados a escuchar formas de tratar enfermedades y otros trastornos, de paliar lo que está estropeado, pero…
¿y si nos enfocamos en promover el afianzamiento de los factores positivos, de aquello que ya tenemos bueno de base, de nuestras fortalezas?
¿Qué sería de nuestra vida si nos atrevemos a trabajar en pro de nuestra mejor versión?
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¿Qué me dices? ¿Me acompañas?
Este es el inicio de un viaje hacia ti misma...
