Un alegato sobre la discapacidad y la diversidad
Ser autista significa estar en una búsqueda constante de la propia identidad.
En esa búsqueda, muchos/as autistas nos hemos sentido desorientados/as, perdidos/as en una nebulosa de roles, trajes, disfraces y costumbres que no terminamos de entender, pero que aceptamos para poder pertenecer.
Tratamos de existir sin llamar demasiado la atención, intentando pasar desapercibidos/as por la vida.
Y a veces, todo lo contrario.
Ser autista también implica similar y aceptar los gustos ajenos , que se introducen en nuestro organismo de manera casi natural a través de un embudo simbólico, sin integrar verdaderamente su contenido. Sin entender si estas preferencias pueden llegar a sernos propias, porque no sabemos cuál es el significado último de la predilección personal.
En este contexto, los/as autistas llegamos a estirar tanto los límites de nuestras capacidades que, a fuerza de repetición, terminamos como una goma estirada hasta el infinito.
Rotos/as. Destrozados/as. Traumatizados/as.
Es bien sabido que la sociedad actual no está preparada para sostener a personas que le resultan incómodas: aquellas con condiciones de salud mental, personas diferentes, discapacitadas y neurodivergentes.
No es casualidad que exista una alta tasa de suicidio en personas autistas y/o con condiciones de salud mental asociadas.
De hecho, el debate sobre la moralidad del suicidio asistido (¿eutanasia?) que se está llevando a cabo en algunos países para personas con sufrimiento psíquico elevado, en el fondo, refleja el fracaso de esta sociedad.
Cada circunstancia en la vida de una persona autista en la que no recibe las acomodaciones necesarias, en la que se le rechaza por su diferencia, en la que se le reprime sus características propias, sus stimmings o incluso se le castiga, provoca sufrimiento y estrés injusto e innecesario.
Cada vez que se le obliga a permanecer en un espacio cuando su sistema sensorial está sobrepasado, cada situación en la que sus iguales o sus superiores, sutil o directamente, se burlan y se mofan, cada vez que se rechaza su intensidad o su manera de demostrar amor a través del infodumping (hablaré en otra ocasión sobre ello).
Cada vez que se le aísla, cada vez que se le dice “a mí no me pareces…”
Cada una de estas circunstancias generan en la persona autista una situación de estrés que a su sistema le resulta complicado digerir.
El trauma complejo es, en definitiva, la consecuencia de una serie de abusos sufridos, a veces invisibles para la mayoría, que provocan un sufrimiento notable en el presente y también en el futuro.
Este sufrimiento emerge cada vez que una nueva circunstancia vital actúa como detonador de alguna de las experiencias primarias, asemejándose de alguna manera a lo acontecido en el pasado, ya sea a nivel cognitivo, emocional o sensorial.
En este sentido, el movimiento por la diversidad y el activismo en primera persona es lo que, en mi opinión, más puede ayudar a acelerar el mecanismo de compensación, para que las futuras generaciones de autistas puedan vivir en este mundo que es el suyo, sin sentirse extranjeros.
Un abrazo,
María Moraño, de Psicosensibles