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Entrar en el círculo para poder sobrevivir

Hace tiempo, mientras esperaba la cola del supermercado, escuché hablar a dos mujeres que tenía delante de mí.

Más o menos, 28 o 30 años.

Por lo que pude intuir, se habían encontrado después de mucho tiempo y se estaban poniendo al día.

Una le contaba a la otra que llevaba 10 años trabajando en la misma empresa, que no le gustaba nada, que su jefe era insoportable, que la política por la que se regían no le cuadraba… pero que trabajar era trabajar.

Y que luego llegaba el fin de semana, y entonces era divertirse.

Pagaron su compra, pagué yo la mía y me fui del súper pensativa.

10 años trabajando en algo que no va contigo, con gente que no te gusta, con una filosofía contraria a tus valores.

3.650 días de vida (no he restado los fines de semana, pero nos entendemos).

Yo terminé la carrera en 2005. Antes, ya había comenzado a trabajar. De hecho, empecé muy joven, mientras estudiaba, a ganar una cantidad considerable producto de mi trabajo.

Podría haber seguido, pero lo dejé.

No me llenaba. No iba conmigo.

Este patrón se ha repetido a lo largo de mi vida muuuuuuuchas veces.

¿Qué me pasaba?

¿El problema era yo?

¿Era una inconformista, una consentida, una desagradecida?

Sigamos.

Trabajé de cantante, de azafata, sirviendo cafés, tostadas, tortilla de patatas, vendiendo teléfonos móviles, como comercial a puerta fría (arggggggg), de repartidora de flyers, de telefonista (telefonista yo, que odio hablar por teléfono)….

Desde que comencé a ejercer como psicóloga, he pasado por numerosos centros, equipos, atendiendo a diversas problemáticas, desde distintas perspectivas…

He aprendido al lado de los mejores, y también de los que no lo son tanto.

Conservo compañeros/as que se convirtieron no en amigos/as, sino en familia, y eso no siempre es fácil.

Transité por espacios sumamente agradables a nivel sensorial, y otros en los que era imposible trabajar siendo neurodivergente.

Pero yo entonces no sabía que lo era, y trataba de adaptarme.

Estuve muchos años perdida, adaptándome a situaciones en las que pensaba que encajaba.

Y así fue durante un tiempo.

Porque ponía toda mi ilusión, todo mi esfuerzo, toda mi intención.

Y a persistencia es difícil ganarme.

Hasta que, sutilmente, aparecía esa sensación que empezaba a crecer de manera ferviente.

Y yo no encontraba el modo de pararla.

Esa sensación terriblemente conocida.

Esa compañera indeseada, y otras tantas, anhelada.

Necesaria para sobrevivir.

Esa sensación que me hacía parecer, primero a mis ojos, después a los ajenos, extraña e inapropiada.

Esa que me ponía en movimiento, que me ayudaba a rebelarme, a salir, a mirar, a buscar, a girar la rueda.

Y, entonces, el ciclo volvía a empezar.

¿Cómo entender, cómo explicar(se) estas fluctuaciones, esta sensación de insatisfacción vital, de hastío, de desdicha, que no termina de abandonarte?

Desde el modelo médico, estás abocada al diagnóstico de diversas patologías.

Con suerte, ansiedad o depresión.

Solo con suerte.

Pero si tienes la fortuna – esta vez suerte de verdad –  de ser atendida por un profesional que trabaje desde el paradigma de la neurodivergencia, entonces la cosa cambia.

Porque no hay nada que arreglar, no hay ningún defecto, no hay ninguna pieza rota.

Hay mucho trabajo de psicoterapia, claro que sí, pero entendido desde otra mirada.

Un abrazo,

María, de Psicosensibles

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